Así como la circunstancia petrolera divide aguas en la política neuquina, sus cambiantes coyunturas a veces consiguen la reunión de lo que estaba separado. Es lo que sucede en estos días, cuando Jorge Sapag y Guillermo Pereyra se han visto empujados uno al lado del otro ante el embate centralizador del gobierno nacional con YPF.
Si bien Sapag tiene un enfoque, y Pereyra otro, además de que son distintos los roles (Sapag tiene menos margen para la pelea por sus obligaciones de gobernador, Pereyra juega más suelto como senador y sindicalista). Pero en esta especial semana confluyen para tratar de acordar un plan común que consiga imponer la contrapropuesta que hará la circunstancial Ofephi al borrador presentado por Cristina Fernández el lunes.
A Sapag le molesta profundamente que se le imponga una restricción en el abanico de posibilidades de inversión a la empresa provincial G&P. Su idea ya explicitada al respecto es que el Estado nacional debería permitir todas las posibilidades, porque en definitiva los inversores son libres de decidir si aceptan o no tal sistema. Como ya lo comprobó con el de “acarreo”, tan denostado por Miguel Galuccio.
A Pereyra le incomoda fundamentalmente el amague de pretender “adecuar” las normas laborales a las nuevas circunstancias de los no convencionales. La vaguedad del concepto puede traer un cuchillo abajo del poncho, según han interpretado los sindicalistas, que advierten por la presunta intención de reducir costos de inversión reduciendo costos laborales. La posición del sindicalismo del sector es favorable a innovar, pero no para reducir, sino para garantizar que los no convencionales necesiten de igual o mayor número de trabajadores en cada emprendimiento.
En definitiva, Sapag y Pereyra pasarán unos días más juntos que separados, bajo el amparo justificador de los sagrados intereses provinciales, que son superiores a cualquier diferencia que pudiera haber y mantenerse.
Apenas superada la contingencia, la necesidad pasará a ser la de la interna del MPN.