Días pasados, Xi Jinping de China y Vladimir Putin de Rusia firmaron un contrato de suministro de gas en Beijing. Una vez concretada la operación, uno se los imaginaría disponiéndose a compartir experiencias referidas a sus peleas varias con países vecinos y con Occidente. El intercambio no tendría desperdicio.
No es necesario ser uno de los espías legendarios del Organismo Nacional de Seguridad de Estados Unidos para adivinar de qué conversaron. Los líderes protestan contra el orden mundial establecido. A pesar de su ocasional bravuconería, Estados Unidos y Europa se mantuvieron al margen del conflicto.
Beijing parece el socio senior en la relación sino-rusa. Putin precisaba vender su gas más de lo que Xi precisaba comprarlo, así es que el Kremlin se vio obligado a rebajar drásticamente el precio. En términos más generales, a los chinos no les sorprende que Rusia no haya logrado modernizarse. Sin embargo, Xi es consciente de la fijación de Putin con "salvar las apariencias". De modo que habría consentido a su invitado ruso invitándolo a hablar primero.
La anexión de Crimea por parte de Rusia y la desestabilización que provocó en Ucrania, Putin presumió, habían confirmado lo que él había sabido desde un principio. Estados Unidos y Europa fueron "blandos". El gobierno de Estados Unidos se había propuesto mantenerse al margen del conflicto. Barack Obama quería que la historia lo recordase como el presidente de Estados Unidos que puso fin a dos guerras y evitó una tercera.
En cuanto a Europa, bastaba con prestar atención a su reducción de gastos militares para captar la psicología del continente. La marcha de Rusia en Ucrania había impelido a los gobiernos de la Unión Europea a elegir entre intereses comerciales de corto plazo y la preservación del orden reinante luego de la Guerra Fría. Una vez que luminarias comerciales tales como Joe Kaeser de Siemens y Bob Dudley de BP habían jurado lealtad a Moscú, ya no había disputa alguna. La anexión de Crimea se aceptó sin más como un hecho consumado.
Los viejos amigos de Putin del servicio de inteligencia ruso, el FSB, le habían dicho que solo dos líderes occidentales importaban ahora: Obama y Angela Merkel, la canciller alemana. Los cautos aconsejaban a los ultra cautos. En cuanto al resto de los países, François Hollande, el presidente de Francia, suministró a Rusia dos buques de asalto. Por casualidad, uno de los buques se bautizó "Sevastopol". David Cameron hizo algún que otro escándalo, pero la Ciudad de Londres vivía a costillas del dinero de Rusia. Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la UE no fueron más que una molestia; y el ocasional amague táctico fue suficiente para impedir que la determinación de Occidente se afianzase. Más recientemente, Moscú suavizaba a propósito su tono retórico... como una pantalla para brindar más apoyo militar a los rusos étnicos secesionistas de Ucrania oriental.
China, por supuesto, no está de acuerdo con la anexión de Crimea. Los movimientos secesionistas ponen de punta los nervios de un liderazgo que transforma la integridad territorial de China en prioridad estratégica número uno. Es de suponer que Xi expresó sus preocupaciones.
Las ambiciones de los dos líderes no son exactamente las mismas: Putin quiere rodear a Rusia con Estados débiles; China se contenta con vecinos fuertes siempre y cuando estén listos para rendir homenaje a Beijing. Putin finge que puede volver el tiempo atrás 25 años y reincorporar a Rusia como una gran potencia. El sueño chino de Xi, mucho más plausible, pretende borrar la humillación de 150 años de hegemonía occidental.
Sin embargo, en general, ambos coinciden respecto de la debilidad de Occidente. El cliché de Obama sobre el liderazgo, Xi habría señalado, no llegó a captar la intención de China de mejorar el orden actual diseñado por Estados Unidos. El tan alardeado "giro hacia Asia" del presidente había hecho la vida un poco más complicada para Beijing. Washington también tuvo una superioridad militar medible. Sin embargo, China entiende que el poder reside en la voluntad de implementarlo.
Después de haber sacado a Estados Unidos de Irak y Afganistán, Obama haría todo lo posible para evitar ser arrastrado a un conflicto en Asia. A veces a Beijing le parecía que el presidente se preocupaba más por su testarudo aliado japonés Shinzo Abe que por las intenciones de China.
Así como Putin había cambiado los hechos sobre las tierras de Ucrania, Xi calculaba que China podría cambiarlos en las aguas del Pacífico occidental. Dada la desconfianza de Estados Unidos, los choques con vecinos como Japón, Vietnam y Filipinas sobre la competencia por los reclamos marítimos en los mares de China Oriental y del Sur sirvieron para dos propósitos: demostraron a la vez la determinación de China y la debilidad de Washington. En cuanto a Europa, apenas valió la pena mencionar lo fácil que le resultó a Beijing guiarse por la norma "divide y reinarás".
No podemos estar seguros, por supuesto, de que esta conversación existió, pero está bien mirar a través del telescopio de vez en cuando. Esta semana, William Hague, Ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, dijo en la inauguración de la Conferencia de Londres organizada por Chatham House que el mundo no estaba simplemente atravesando un momento difícil, sino que había entrado en un período de "enfermedad sistémica". Dicho de otro modo, las democracias avanzadas de Occidente tienen un camino difícil por delante.
Esto no quiere decir que Estados Unidos y Europa deben buscar la confrontación con potencias emergentes como China o con estados revanchistas como Rusia. Pero la construcción de una relación estable requiere comprender la mentalidad de la otra parte y la voluntad, según sea necesario, de ser duro.
No hace tanto tiempo los políticos de Occidente asumieron que China y Rusia eventualmente decidirían que querrían ser como "nosotros". China se desarrollaría como un actor responsable en el orden internacional existente y Rusia, aunque con errores, vería su futuro en la integración con Europa. Xi y Putin tomaron otra decisión. El mundo está despertando de los sueños postmodernos de la gobernanza mundial a otra época de gran competencia por el poder.