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DEBATE
Axel vs. Fábrega: escriben Scibona y Morales Solá
26/05/2014

El extraño cóctel Axel-Fábrega

La Nación. Por Néstor O. Scibona

El dólar paralelo de regreso en la tapa de los diarios fue una de las peores noticias para el gobierno de Cristina Kirchner, que se ilusionaba con los pronósticos de calma cambiaria hasta el Mundial 2014 y debió recurrir otra vez a los torniquetes de corto plazo para contener una suba que en 15 días llegó a superar el 15 por ciento.

Estas turbulencias corroboraron que la llamada "pax cambiaria" es más bien una tregua transitoria con riesgos de agrietarse. La leve suba del dólar oficial (a $ 8,08) y la leve baja de las tasas de interés (a 26,8%) pueden haber impulsado a algunos operadores a dar un viraje con la bicicleta financiera y capitalizar ganancias en dólares. Otros aprovecharon para arbitrar con títulos públicos dolarizados. No deja de inquietar que el Banco Central sólo pudo hasta ahora aumentar sus reservas en unos 1400 millones de dólares (la mitad de las que perdió en enero) en plena temporada alta de liquidación de exportaciones de soja. Y seguramente influyeron los rumores sobre "supuestas diferencias" entre el ministro Axel Kicillof y Juan Carlos Fábrega, según el texto del inusual comunicado emitido por el titular del BCRA para negarlas y destacar como broche -por si hubiera alguna duda- que las medidas económicas son de exclusiva decisión presidencial.

Sin embargo, tras los primeros seis meses de gestión del nuevo equipo económico, tampoco hay dudas de que esas diferencias de criterio no son tan supuestas, al igual que los roles de cada uno. Como en las viejas películas americanas, Axel actúa como el policía bueno, y Fábrega, como el malo; aunque este último, con su propia experiencia y de la línea técnica del BCRA, se haya encargado de ponerles límites a los riesgos que asume el impulsivo ministro.

De hecho, la brusca devaluación de enero podría haber desembocado en un desastre macroeconómico si el titular del BCRA no se hubiera ocupado luego de casi duplicar las tasas de interés y de absorber el exceso de pesos que empujaban a los precios y el dólar paralelo. O si no hubiera obligado a los bancos a desprenderse de activos dolarizados para aumentar la oferta de divisas hasta el arribo de los agrodólares.

A la inversa, el ministro lamenta que esa política monetaria restrictiva envió al freezer la actividad económica y ya comienza a afectar al empleo, por lo cual presiona para bajar las tasas y empujar el crédito dirigido y subsidiado para inversiones y consumo. Pero, a la vez, soslaya que no aprovechó la tregua cambiaria de estos meses para moderar la expansión del gasto público, que viene aumentando al 40% anual y, como el BCRA debe financiar casi en soledad el creciente desequilibrio fiscal, la emisión de pesos tenderá a subir en la segunda mitad del año. Así será difícil reducir la inflación, que se ubica en torno a 35% interanual, deteriora el salario real y el consumo, aumenta la pobreza, y en cuatro meses ya devoró la mitad del repunte del tipo de cambio real.

Kicillof se dedica a tomar fotos mientras Fábrega busca proyectar la película hasta fin de año. El BCRA coincide con la mayoría de los economistas en que no se puede sostener mucho tiempo una política monetaria restrictiva con una política fiscal expansiva. Según la consultora Finsoport, de Jorge Todesca, en los próximos dos meses vencen letras (Lebac) por 80.000 millones de pesos y el BCRA debería colocar más títulos para mantener un sendero de contracción monetaria, ya que, además de emitir más pesos para cubrir el bache fiscal, debe comprar los dólares de la cosecha gruesa. Para lo que resta del año, los vencimientos alcanzan a 127.500 millones y renovarlos -añade- requeriría de mayores tasas y probablemente menores plazos, ya que el promedio bajó a 128 días. En este sentido, Todesca explica que las Lebacs se asemejan al fenómeno de las cuasimonedas de la salida de la convertibilidad: alguien deberá pagar ese déficit cuasifiscal algún día. Dante Sica, de la consultora Abeceb, sentencia a su vez que, cuanto menos ajuste el fisco, más va a tener que ajustar el sector privado.

Kicillof diagnosticó, en cambio, en declaraciones a LA NACION, que el Gobierno logró estabilizar el mercado cambiario y desacelerar la suba de precios con el dólar oficial anclado en $ 8, por lo cual su prioridad ahora es abrir una etapa de "sintonía fina" para reactivar la economía. También en el Palacio de Hacienda descartan un ajuste fiscal, por lo menos por el lado del gasto, bajo el incomprobable argumento de que la inflación no responde a un fenómeno monetario ni fiscal, sino a la concentración de la oferta en sectores clave. En otras palabras, tratará de contenerla con más controles y más planes de Precios Cuidados, por más que la dudosa suba de 1,8% del IPCNu en abril, que el ministro considera un éxito, equivalga a una inflación anualizada de 24 por ciento.

En su último informe mensual, el Estudio Broda subraya el escaso margen de maniobra del Gobierno a falta de un plan económico integral: si relajara la política monetaria -ejemplifica-, podría moderar un poco la caída de actividad, pero aumentaría las presiones inflacionarias y la demanda de divisas para importar, con riesgo de que vuelvan las turbulencias cambiarias. Y si mantuviera una política monetaria muy contractiva, podría reducir la demanda de dólares para importaciones y las tensiones inflacionarias, pero profundizaría la recesión.

Hasta ahora, lo único que está claro es que CFK afrontó el costo político de un ajuste ortodoxo recesivo parcial, con la única prioridad de evitar una crisis por escasez de reservas que diluiría su poder político y su gravitación en la interna del PJ antes del final de su mandato. Esto también explica por qué evita una moderación fiscal y gasta más de lo que recauda.

Con esta perspectiva, es muy probable que la política económica mantenga el actual cóctel de ortodoxia y heterodoxia, populismo y pragmatismo, de acuerdo con las necesidades de cada momento. Nadie está convencido de que la devaluación de enero haya sido la última (la mayoría de las consultoras prevé que el dólar oficial se ubicaría entre $ 9,10 y 9,80 en diciembre) y, en todo caso, la duda es si habrá miniajustes discontinuos o altibajos esporádicos. Tampoco nadie está seguro si las tasas de interés de la deuda del BCRA bajarán más o volverán a subir, aunque se busque abaratar el crédito al consumo de bienes durables más afectados por la recesión (caso motos) a cambio de rebajas puntuales de precios. La incógnita también se extiende a las tarifas de electricidad, ya que la suba de precios para la generación eléctrica se trasladará tarde o temprano a las tarifas o abultará la cuenta de subsidios.

En cambio, el Gobierno buscará aumentar la recaudación con el plan de facilidades para deudas impositivas y la decisión de gambetear el ajuste del mínimo no imponible de Ganancias, que eleva la presión tributaria sobre los salarios medios y altos, y deteriora su poder adquisitivo. Aun así, no será fácil estimular la inversión (que en 2013, según el Indec, bajó a 17% del PBI), salvo para aquellas empresas que reciban los créditos subsidiados del plan Fondear, que equivale casi a regalar plata a dedo ante la ausencia de financiamiento interno y externo.

Cristina salvó a Fábrega y apartó a Scioli

La Nación. Por Joaquín Morales Solá

Juan Carlos Fábrega, presidente del Banco Central, estuvo el jueves muy cerca de abandonar el crucial cargo que ocupa. No era una decisión suya, sino una idea de Axel Kicillof que Cristina Kirchner frenó en el momento agónico. Daniel Scioli deberá atravesar algunos meses de frío polar en su relación con la Presidenta. Ella no lo quiere tan temprano como el candidato ineludible del kirchnerismo y, para peor, el gobernador profundizó con algunos gestos (uno, sobre todo) su diferenciación con el estilo gobernante.

A primera vista, parecen dos episodios aislados entre sí. No lo son, porque marcarán el camino que recorrerá la administración durante gran parte del tiempo que le queda. Inestabilidad económica, carencia de un candidato propio, revuelo en el peronismo ante la incertidumbre del poder y la certeza de que lo que ya pasó no se repetirá.

Fábrega es el autor de políticas que permitieron a Cristina crecer entre 5 y 6 puntos en imagen positiva, según varias encuestas. Fue después de que un par de decisiones monetarias anclaran el dólar y frenaran, en parte, el alocado ritmo de la inflación de los primeros meses del año. Pero el presidente del Banco Central tiene un problema sin solución: en enero pasado tomó un sendero que lo aleja de Kicillof. El ministro de Economía acompañó a desgano las decisiones de Fábrega. Lo hizo sin convicción; se resignó sólo porque sintió entonces que la crisis del verano lo acorralaba a él también. Hasta enero habían convivido sabiendo que son distintos, pero unidos por un programa más o menos común.

En los primeros días del año estallaron tres variables decisivas de la economía. Las reservas en dólares se iban en una hemorragia imparable; la inflación dio un nuevo respingo y el déficit fiscal no paraba de crecer. Fábrega aplicó los manuales ortodoxos de la economía; ordenó una devaluación y subió las tasas de interés hasta colocarlas cerca de la inflación anual prevista. ¿Actuó solo? Imposible. Fueron decisiones consultadas con la Presidenta, que estuvo de acuerdo. Sólo mandó decir que se cubrieran las apariencias. La devaluación fue, entonces, un intento golpista de los mercados para el discurso oficial. "Néstor giraba cinco metros antes de la pared y Cristina gira 30 centímetros antes, pero ningún Kirchner se estrella", explica un funcionario que los conoce.

El precio de las decisiones de Fábrega era la retracción de la economía. Y el país está ahora en recesión. ¿Es culpa de Fábrega? No. Su desesperada política sirvió para bajar la fiebre y frenar la sangría. El Gobierno difundió entonces que Kicillof se encargaría de acordar una solución por la deuda en default con el Club de París, de acercarse al Fondo Monetario Internacional (condición ineludible para pactar con el Club de París), de conseguir créditos internacionales, de reducir el nivel de los subsidios al consumo energético y de bajar el nivel satelital del gasto público.

El resultado es magro. No hubo ninguna sorpresa desde enero, salvo el aumento de las tarifas de gas. Kicillof se enamoró de la precaria estabilidad que sucedió después y dejó que prevaleciera en él más su formación intelectual que su necesidad objetiva. No cree en el Club de París, integrado por países que hablan con el idioma de la ortodoxia y desdeñan la heterodoxia que él cultiva. En verdad, Kicillof no podrá concluir una negociación con nadie si no puede hacerlo con el Club de París, con el que tendrá una nueva ronda. Ahí, los acreedores son Estados y no particulares. La deuda está fraccionada entre varias naciones y los acreedores más importantes, Alemania y Japón, no solucionarán ningún problema propio si la Argentina les pagara lo que les debe. Pero son países serios. Necesitan contar con un programa de pago de esa deuda, que ahora está en el limbo de sus presupuestos.

Kicillof tampoco cree que sea necesario un modo de convivencia con el Fondo Monetario. Hasta los Estados Unidos se prestan anualmente a la revisión del Fondo, que suele hacerle algunas críticas a su política económica. Washington las lee y no les hace caso, porque no tiene ninguna deuda con él, como no la tiene la Argentina. ¿Para qué hacer de esa revisión anual el último bastión de la dignidad nacional?

La conclusión consiste en que no hay créditos internacionales sin acuerdo con el Club de París y sin un pacto con el Fondo. Nada se dice de lo que más preocupa al Gobierno en estos días: la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos podría decidir en junio si acepta tratar, o si no acepta, la demanda de los fondos buitres contra la Argentina. Si no lo aceptara, quedarán firmes las sentencias anteriores contrarias al país. La Argentina podría verse obligada a modificar, en tal caso, toda su deuda pública. ¿Para qué pelearse con todos al mismo tiempo cuando se corre semejante riesgo?

Esas vacilaciones de Kicillof se están llevando el mejor trimestre del año, el de la venta de la soja en los mercados internacionales. La parálisis del ministro hizo crecer las expectativas por una nueva devaluación y el mercado empezó a devaluar, precavido como siempre. Kicillof encontró un culpable. Era Fábrega, porque las altas tasas de interés, dice, están frenando el consumo. Ese fue el núcleo central de la pelea del jueves. A pesar de todo, debe consignarse que es Kicillof, y no Fábrega, quien tiene una influencia determinante sobre la opinión final de la Presidenta.

Cristina no quiere que esa crisis posible, que ella entrevé, encuentre a Scioli pavoneándose como el candidato inevitable del kirchnerismo. El gobernador estuvo hace pocos días en un encuentro empresario de la Fundación Mediterránea en Córdoba. La Presidenta se enfureció. No porque haya estado ahí, sino porque el presidente de la Fundación, el empresario Martín Amengual, precedió a Scioli en el uso de la palabra y disparó duras críticas contra la política económica y la situación social. Scioli no respondió a esas críticas, como no le responde a nadie. Se limitó a decir su discurso, que promete, por contraste, un modo distinto de gobernar. Los voceros del invierno político que le espera al gobernador fueron los intelectuales de Carta Abierta, que mencionaron una y otra vez -cómo no- la presencia de Scioli en la Fundación Mediterránea. Habían recibido el santo y seña de la Presidenta.

Hay en todo esto un trazo injusto de la historia. El kirchnerismo fue siempre cruel con Scioli. Lo empezó a vapulear un mes después de que asumiera como vicepresidente, en 2003, y desde entonces las treguas sólo suceden cuando se aproxima una elección. Scioli es hábil para definirse, sin decirlo, como un hombre distinto, pero nunca se indisciplinó. Al revés, Sergio Massa fue durante varios años, como titular de la Anses y como jefe de Gabinete, un hombre cercano al matrimonio presidencial. Massa es ahora un exponente de la oposición al cristinismo; él sabe usar el cálculo y tiene la necesaria sangre fría como para establecer el instante dramático de la ruptura. Nunca hubo ningún agradecimiento para Scioli de parte de los Kirchner.

Al contrario. Dentro de poco el Gobierno lanzará a Julián Domínguez para competir con Scioli por la candidatura presidencial, pero la más grande apuesta no será Domínguez, sino Florencio Randazzo. El ministro del Interior cuenta ya con el enorme apoyo del Estado y con fama de funcionario eficiente. Los amigos de Cristina que lo son también de Scioli le aconsejan al gobernador la definición de un programa de gobierno. ¿Y si estableciera cuál sería su política energética? ¿Qué haría con los planes sociales? ¿Cómo sería su relación con los empresarios?

Ese reclamo es también una melancolía prematura. Cristina sabe que lo que sucederá después de ella no será nunca igual a lo que está terminando.


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