Cuando los dirigentes occidentales expresaron su indignación por los sucesos en Ucrania, ante los cambios de fronteras europeas por la fuerza, el presidente ruso Vladimir Putin no se inmutó y citó el uso de la fuerza por parte de la OTAN en Kosovo hace quince años y su posterior apoyo a su secesión oficial respecto de Servia, como ejemplo de su hipocresía. Occidente respondió con sanciones selectivas contra algunos funcionarios rusos de alto nivel, ante lo cual Putin reaccionó, a su vez, con sanciones que prohibían la entrada a su país de determinados políticos occidentales.
La renuencia de Occidente a intensificar las sanciones se debe en gran medida a países europeos que mantienen fuertes vínculos económicos con Rusia. Si bien los Estados Unidos, que comercian poco con Rusia, y la UE han prometido establecer un marco para sanciones suplementarias, que se activará, si Putin envía fuerzas a la Ucrania oriental, no será fácil formularlas de forma que no perjudiquen a Europa.
No obstante, Rusia ha pagado un alto precio por sus acciones en cuanto a su reputación internacional. La buena voluntad y el “poder blando” obtenidos con los Juegos Olímpicos de Sochi se agotaron inmediatamente y ahora Rusia ha quedado prácticamente expulsada del G-8. En la Asamblea General de la ONU, Rusia tuvo que afrontar una votación embarazosa en la que 100 países condenaron sus acciones y, al final de la cumbre sobre la seguridad nuclear de La Haya, el presidente de los EE.UU., Barack Obama, citó a Rusia como una potencia regional cuyas políticas agresivas para con sus vecinos revelaban debilidad.
¿Importa algo de todo eso a Putin? La respuesta depende de cuáles sean sus objetivos.
Si, como afirman algunos observadores, las acciones agresivas de Putin se deben a sensaciones de inseguridad, ha tenido un éxito desigual. En ese sentido, Putin temía una menor influencia en un país vecino con el que Rusia tiene profundos vínculos históricos, pero, pese a la evidente influencia de Rusia entre los ciudadanos rusófonos de la Ucrania oriental, la repercusión general de la anexión de Crimea ha sido la de reducir la influencia de Rusia en el país, al tiempo que reavivaba la bête noire de Putin, la OTAN.
Si el prestigio fue un motivo importante para las acciones de Putin en Crimea, la respuesta de Occidente puede tener una repercusión mayor de lo que muchos creen. Antes de los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Sochi (donde estaba previsto que en el próximo mes de junio se reuniera el G-8), Putin citó un “poder blando” cada vez mayor como objetivo importante de Rusia y que su utilización del poder duro en Ucrania ha hecho mucho más difícil de alcanzar.
En ese sentido, la declaración de Obama de que Rusia es una potencia regional que actúa por debilidad, no menos que la suspensión de la participación de Rusia en el G-8, puede haber afectado a Putin donde es más vulnerable. No cabe duda de que sus acciones en Ucrania han brindado a Rusia beneficios tangibles a corto plazo, pero también entrañan costos menos evidentes. Falta por ver si la audaz iniciativa de Putin ha valido la pena.