Sin crédito externo y apremiado por los gastos, el oficialismo llevó la presión impositiva a niveles récord. Pero elevar tributos en términos nominales no significa que efectivamente los ingresos vayan a aumentar. Incluso, se llegó a tal nivel de exigencia que hay temor de mayor evasión. Riesgos
La anécdota ya forma parte de la leyenda.
Jude Wanninski, periodista de The Wall Street Journal, estaba en un café con el economista Arthur Laffer, quien por entonces no tenía mucha prédica entre sus colegas.
El periodista no lograba entender una idea que su amigo trataba de explicarle y que, a primera vista, contradecía el sentido común: si se bajaba la tasa de los impuestos se lograría mejorar la recaudación.
Fue entonces cuando, sobre una servilleta, Laffer dibujó un gráfico en forma de "U" invertida.
Le explicó que las dos puntas representaban una recaudación igual a cero y que coincidían con un nivel de tasas nulo (en uno de los extremos), pero también con uno igual a 100% (en el otro).
En el primer caso -naturalmente- porque si no existirían tributos no habría ingresos estatales. En el segundo, porque nadie tiene incentivos para trabajar cuando el fisco se queda con todo su dinero.
El punto que trataba de demostrar es que el máximo de recaudación no coincide con el máximo de tasa impositiva sino que se ubica aproximadamente en la mitad de la curva. Y que, si se sobrepasa ese nivel, los ingresos del fisco comienzan a disminuir cuanto más altos son los impuestos.
Era, en el fondo, una idea simple, que en rigor tampoco era nueva, ya que se trataba de una aplicación de la teoría de los "rendimientos decrecientes". Sin embargo, esa servilleta cambió el curso de la historia.
Entusiasmado por la simplicidad y potencia conceptual del gráfico, el periodista lo bautizó como "curva de Laffer". Y se dedicó a difundir una idea que sonaba como música para cualquier político en campaña electoral: si se bajaban los impuestos mejoraría la situación fiscal y además se reactivaría la economía.
De esa manera, Laffer se convirtió en el principal asesor de campaña de Ronald Reagan en 1980. Una vez en el gobierno, el recorte de impuestos no mejoró la situación fiscal sino que la agravó, pero eso ya es otra historia y siempre habrá polémica sobre si el error fue en la aplicación o en el postulado teórico.
Lo cierto es que a partir de allí, cada vez que un país se encuentra en una situación de alta presión tributaria, se echa mano a la curva de Laffer y aparecen quienes defienden la idea de que ya se pasó el punto óptimo para recaudar tributos.
Actualmente, uno de estos países es la Argentina, que lidera el ranking latinoamericano de naciones que cobran altos impuestos y, simultáneamente, sufre una desmejora en sus cuentas públicas.
Laffer, estilo argentino
Para cualquier país, un aumento de 33% en los ingresos fiscales -como el se anunció para febrero- debería ser motivo de festejo, pero eso no ocurre en la Argentina.
Es claro: el gasto público sube a un ritmo del 44%, en un entorno económico donde la inflación se ubica en un 30% y con perspectivas de suba.
Es así que el resultado fiscal mostró, por primera vez en la década K, un déficit primario. Es decir, aun sin considerar el pago de intereses por deudas financieras entraron menos pesos que los que se gastaron.
El rojo asciende al 3% del PBI -si se considera el resultado primario real, sin contar transferencias del Banco Central- y llega al 4,6% si además se tiene en cuenta el peso de las obligaciones financieras.
Los economistas que han analizado estos números advierten que el problema no sólo reside en lo abultado del gasto público sino que, además, las posibilidades de mejorar los ingresos son bastante escasas.
"Lo más probable es que ese extraordinario desempeño de los ingresos del sector público no financiero no pueda sostenerse durante los próximos meses", afirma un reporte de la consultora Ledesma, que pronostica un fuerte deterioro fiscal para 2014.
En tanto, otros economistas advierten sobre el peligro de una tentación clásica de los gobiernos con problemas fiscales: aumentar los impuestos justo en un momento de enfriamiento de la economía.
El riesgo, en ese caso, es que se de un efecto boomerang y que la recaudación caiga. Es decir, que termine cumpliéndose el postulado de la "curva de Laffer".
"Tanto la evidencia como la teoría económica muestran que en escenarios de débil crecimiento, alta presión tributaria y elevada inflación, existe la probabilidad de que los consumidores comiencen a financiarse contra el fisco, reduciéndose la tasa de crecimiento de la recaudación y los ingresos", afirma un informe de Economía & Regiones.
E ilustra su predicción con cifras bastante sombrías: plantea que, en lugar de un aumento de 33% en la recaudación fiscal -que sería lo esperable dada la suba de precios proyectada- hay posibilidades de que sólo crezca un 28 por ciento, es decir por debajo de la inflación.
El ex ministro Domingo Cavallo estima que la presión tributaria ya llega al 40,6% del PBI y que se ubica en uno de los puntos más altos de toda la historia.
"La presión fiscal ha aumentado a niveles tan exagerados que, de no reducirse significativamente, se va a constituir en un freno importante a la inversión y a la creación de empleos productivos por parte del sector privado", afirma.
¿Se puede soportar más presión?
¿Qué tan cerca está el Gobierno de caer en la tentación de subir impuestos justo en un momento recesivo?
Para muchos analistas, hay señales evidentes de que esa etapa ya comenzó. Claro que, tratándose del kirchnerismo, hay un cuidadoso discurso que evita mencionar el aumento de la presión tributaria.
Más bien, se presenta el tema como una necesidad de endurecer las medidas anti-evasión, de sumar más gente a la nómina de contribuyentes y, al decir del titular del organismo recaudador, Ricardo Echegaray, de buscar recursos "aunque sea en el desierto".
Es en este contexto de preocupación oficial por el agotamiento de "las cajas" que se debe entender el aumento de hecho en el impuesto a las Ganancias -consecuencia de la falta de actualización por inflación en el "piso" y en las alícuotas del tributo-.
También, en ese marco, se inscribe la mayor carga para los autos de alta gama y la del turismo, que técnicamente no es un nuevo impuesto pero en los hechos impacta como si lo fuera.
Y en este escenario, el Gobierno ha llegado incluso a pisar terreno pantanoso, como ocurrió con una desavenencia interna entre ministros respecto de si se ampliaría la aplicación del impuesto a los Bienes Personales a buena parte de la clase media (básicamente grava a las propiedades).
La sola mención de este tema llevó a tal nivel de polémica que debió intervenir Cristina Kirchner para desactivar lo que amagaba ser una rebelión fiscal.
La propuesta opositora: hay que rebajar
Es probable que a Laffer le hubiese gustado ser asesor político en este momento de la Argentina: se empieza a instalar, en la oposición, un discurso pro-rebaja de impuestos.
En esta dirección Aldo Pignanelli, ex titular del Banco Central, se mostró muy crítico del "amague" de incorporar a la clase media al impuesto a los Bienes Personales.
"¿Qué quieren hacer? Con esa medida, hasta un simple operario iba a pagar un impuesto a la riqueza. Acá la solución fiscal no es aumentar impuestos, sino más bien bajarlos y hay que recortar el gasto público", afirmó el influyente economista.
En el mismo sentido opina Roberto Lavagna, quien critica "una asfixia impositiva que está destruyendo la inversión, el empleo y, muy particularmente, a la pequeña empresa".
El ex ministro está convencido de que "hay que empezar a relajar impuestos ya, si es que se quiere preservar lo que queda".
Y es algo de lo que aparecen convencidos tanto los economistas "keynesianos" como los de visión más "liberal".
El analista Roberto Cachanosky coincide en que, al haber llegado a un punto en el que la recaudación impositiva crece por debajo de la inflación ya no puede plantearse un aumento de la presión.
"Si no se genera riqueza no hay impuesto que pueda recaudar. Recordar la curva de Laffer: cobrar impuestos sobre el aire es recaudar cero", afirma.
En tanto, Ramiro Castiñeira, analista jefe de Econométrica, sostiene que las consecuencias ya se están sintiendo en el rubro agropecuario.
"Es un efecto que está estudiado, de manual: a partir de determinado nivel de presión tributaria, el sector privado empieza a evadir. En la Argentina no se llegó a ese nivel en todos los impuestos, pero sí es claro el caso de las retenciones a las exportaciones del agro", argumenta.
Un ranking a contramano del "relato"
Lo curioso de esta situación es que el Gobierno sigue sosteniendo, como uno de los puntos fuertes de su "relato", que durante la gestión kirchnerista no se han creado ni aumentado impuestos.
Sin entrar en la polémica de si se debe considerar a la inflación como un tributo en sí mismo, el argumento del kirchnerismo choca contra las estadísticas internacionales.
Como un estudio que difundió la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la Cepal y el Centro Interamericano de Administraciones Tributarias, en el cual se compara la presión tributaria de varios países.
En esa tabla, la Argentina figura al tope de las naciones latinoamericanas, con una presión impositiva equivalente al 37,2% de su PBI.
La cifra no sólo es muy alta en términos internacionales -el promedio de la región es de 20% y el de la OCDE, donde figuran los países más desarrollados, es de 34%- sino que además representa un gran aumento respecto del pasado reciente del país. En 2001, el peso de los impuestos en la economía nacional era del 20%.
Poco jugo para exprimir
La pregunta que se impone, en consecuencia, es hasta dónde se podrá seguir exprimiendo al sector privado sin que empiece a evidenciarse que la recaudación comienza a deslizarse por la pendiente en bajada de la curva de Laffer.
Algunos estudios afirman que eso ocurrirá muy pronto. Como un reporte del economista Federico Muñoz, quien observa que durante el último trimestre de 2013 ya hubo una desaceleración respecto del resto del año.
El analista afirma que la merma se explica básicamente por el retroceso en dos impuestos: Ganancias y retenciones.
"Desde una perspectiva de más largo plazo, podemos apreciar que casi todos los tributos están recaudando su máximo histórico o apenas por debajo de ese nivel. La única excepción es Retenciones, cuyo aporte ha sufrido una caída abrupta", agrega.
Su conclusión es lapidaria: "Llegó a un punto final -estimamos que definitivo- el largo recorrido de ascenso de la presión tributaria durante la economía kirchnerista".
¿Cómo sigue?
Hay, finalmente, otro factor a tener en cuenta, donde el humor social juega más que los aspectos técnicos.
Es que puede discutirse si hay o no margen como para seguir apretando y si se llegó o no al punto óptimo en la curva de recaudación. Pero en paralelo está la percepción de la población.
Y allí, un anuncio de aumento, por más pequeño que parezca, puede gatillar una rebelión fiscal.
De hecho, el analista político Diego Dillenberger afirma que, si la Presidenta no hubiese reaccionado a tiempo en el impuesto a los Bienes Personales, "se podría haber creado una crisis social comparable a la de la resolución 125 que enfrentó al Gobierno con el campo".
Hay quienes interpretaron un temor de los funcionarios K a las reacciones populares. Y lo cierto es que no hacen mal en preocuparse: la historia universal está plagada de crisis políticas y turbulencias diversas que tuvieron su origen en un aumento de impuestos.