El Gobierno de Japón ha resuelto reactivar lo antes posible las centrales nucleares cerradas tras el accidente de Fukushima ocurrido en 2011 cuando, después de un fuerte tsunami, se fundieron tres reactores y un cuarto resultó gravemente dañado. Tres años después, el país sufre todavía las consecuencias del mayor accidente nuclear tras Chernóbil —dificultades para enfriar los núcleos, fugas de agua radiactiva y decenas de miles de personas desplazadas—, pero el Gobierno que preside Shinzo Abe ha tenido que hacer un ejercicio de realismo. Una cosa es que no se vaya a volver al plan anterior al accidente, que preveía ampliar el parque nuclear hasta proporcionar el 50% de la electricidad; y otra que Japón pueda prescindir de los 48 reactores ya construidos y ahora paralizados. Ello supondría una factura inasumible para un país que lleva casi 15 años de estancamiento económico y que todavía debe lidiar con el coste de los ingentes daños causados por el maremoto.
Sustituir una fuente de energía que proporciona el 30% de la electricidad no es barato ni técnicamente posible en poco tiempo. El parón nuclear ha reducido la autosuficiencia energética primaria de la tercera economía mundial al 5%, lo cual implica una dependencia exterior que desequilibra la balanza comercial. Y también un empeoramiento de la situación ambiental, pues el 90% de la electricidad que se consume procede ahora de combustibles fósiles. Ningún país desarrollado puede renunciar fácilmente a alguna de sus fuentes energéticas. Por razones económicas, pero también ambientales, se impone la racionalización de los recursos. El objetivo debe ser avanzar en una transición ordenada con la máxima potenciación de las energías renovables en el horizonte, teniendo en cuenta que su fuerte dependencia de condiciones climáticas variables aconseja mantener activas, al tiempo, fuentes previsibles y seguras.
El Gobierno de Japón debe convencer ahora a la ciudadanía de que esta es la opción menos mala. Para ello, la reactivación nuclear tiene que ir acompañada de medidas que garanticen la máxima seguridad. El accidente de Fukushima demostró que la empresa Tepco no era suficientemente fiable. Hará bien la sociedad en ser muy exigente en las normas de control, que deben recaer en un organismo independiente, y asegurar el cumplimiento estricto de las nuevas medidas de seguridad diseñadas a raíz de la crisis de 2011.