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MEDIOS
La comentada nota de The Economist sobre la decadencia argentina

La revista británica dedica su tapa a la "decadencia" del país y fustiga al Gobierno.

14/02/2014
The Economist

Hace un siglo, cuando Harrods decidió instalar su primer emporio en el extranjero, eligió Buenos Aires. En 1914, la Argentina se destacó como el país del futuro. Su economía había crecido más rápido que la de Estados Unidos durante las cuatro décadas previas.

Su PBI per cápita era más alto que el de Alemania, Francia o Italia. Se jactaba maravillosamente de sus fértiles tierras para agricultura, su clima soleado, una nueva democracia (el sufragio universal masculino fue introducido en 1912), una población educada y el baile más erótico del mundo. Los inmigrantes bailaban tango fueran de donde fueran. Para los jóvenes y ambiciosos, la elección entre la Argentina y California era difícil.

Todavía hay muchas cosas para amar sobre la Argentina, desde las gloriosas tierras desoladas de la Patagonia al mejor jugador de fútbol del mundo, Lionel Messi. Los argentinos siguen siendo los más lindos del planeta. Pero su país es una ruina. Harrods cerró en 1998. La Argentina está otra vez en el centro de una crisis de los mercados emergentes. Esto puede ser atribuido a la incompetencia de la presidenta, Cristina Fernández, pero ella es sólo la última en una sucesión de populistas económicamente analfabetos, que llega hasta Juan y Eva (Evita) Perón, y antes. Olvídense de competir con los alemanes. Los chilenos y los uruguayos, los países locales a los cuales la Argentina solía mirar desde arriba, son ahora más ricos. A los chicos de esos dos países -y de Brasil y México también- les va mejor en las pruebas internacionales.

¿Por qué extenderse sobre una sola tragedia nacional? Cuando la gente considera qué es lo mejor que le podría pasar a su país, piensan en el totalitarismo. Dado el fracaso del comunismo, ese destino no parece probable. Si Indonesia estuviera por hervir, sus ciudadanos difícilmente mirarían hacia Corea del Norte como un modelo; los gobiernos en Madrid o Atenas no están citando a Lenin como la respuesta a sus esfuerzos con el euro. El peligro real está involuntariamente atrayendo a la Argentina del siglo XXI. Dormirse en forma casual en un firme declive no sería difícil. El extremismo no es un ingrediente necesario, al menos no tanto: instituciones débiles, políticos de nacimiento, dependencia vaga en unos cuantos activos y una persistente negativa a enfrentarse a la realidad serán suficientes.


A lo largo de mis días salvajes, mi loca existencia

Como en cualquier otro país, la historia de la Argentina es única. Tuvo mala suerte. Su economía a base de la exportación fue magullada por el proteccionismo de los años de entreguerra. Se confió demasiado en Gran Bretaña como socio comercial. Los Perón eran populistas inusualmente seductores. Como la mayor parte de los países de América latina, la Argentina abrazó el Consenso de Washington a favor del libre mercado y la privatización en los 1990s y sujetó el valor del peso al del dólar. Pero la crisis de 2001 fue particularmente salvaje y dejó a los argentinos permanentemente desconfiados de la reforma liberal

La mala fortuna no es la única culpable, sin embargo. En su economía, sus políticas y su reticencia a la reforma, el declive de la Argentina ha sido largamente auto inflingido.

Las materias primas, la gran fuerza de la Argentina en 1914, se transformó en una maldición. Hace un siglo, el país era un temprano innovador tecnológico -la refrigeración de las exportaciones de carne era la aplicación matadora de ese tiempo- pero nunca trató de agregar valor a su comida (incluso hoy, su cocina se basa en tomar la mejor carne del mundo y quemarla). Los Perón construyeron una economía cerrada que protegía sus industrias ineficientes; los generales de Chile se abrieron en los 1970s y avanzaron.

El proteccionismo de la Argentina ha indefinido al Mercosur, el pacto de comercio local. El gobierno de la señora Fernández no sólo grava impuestos sobre tarifas o bienes importados; también cobra impuestos a las exportaciones del campo.

La Argentina no construyó las instituciones necesarias para proteger a su joven democracia de sus Fuerzas Armadas, así que el país fue propenso a golpes. A diferencia de Australia, otro país rico en materias primas, la Argentina no desarrolló partidos políticos fuertes decididos a construir y compartir riqueza. Sus políticos fueron capturados por los Perón y enfocados en sus personalidades e influencias. Su Corte Suprema ha sido repetidamente corrompida.

La interferencia política ha destruido la credibilidad de sus oficinas estadísticas. El "tejemaneje" es endémico: el país está en el puesto 106 del ranking de corrupción de índices de Transparencia Internacional. Construir instituciones es un trabajo aburrido y lento. Los líderes de la Argentina prefieren la reparación rápida propia de los líderes carismáticos, tarifas milagrosas y monedas agarradas con pinzas, en lugar de, digamos, una reforma de todas las escuelas del país.

No son las soluciones que prometieron.

El declive de la Argentina fue seductoramente gradual. A pesar de sus espantosos períodos, como el de la década de 1970, no sufrió nada tan monumental como Mao o Stalin. A lo largo de su declive, los cafés de Buenos Aires continuaron sirviendo expressos y medialunas. Esto hace su enfermedad especialmente peligrosa.

El mundo rico no es inmune. California está en una de sus fases estables, pero no está claro que haya dejado su adicción a los arreglos rápidos a través de referendums, y su gobierno todavía pone trabas a su sector privado.

En la zona sur de Europa, tanto gobierno como negocios evitaron la realidad con desdén argentino. La demanda petulante de Italia para que las agencias de calificación tengan en cuenta su "riqueza cultural", en lugar de mirar tan de cerca sus dudosas finanzas gubernamentales, sonó a la señora Fernández. La Unión Europea protege a España o a Grecia de una escalada hacia la autarquía. ¿Pero qué pasaría si la zona euro se quebrara?


El mayor peligro, sin embargo, yace en el mundo emergente, donde el progreso ininterrumpido hacia la prosperidad está empezando a ser visto como imparable. Demasiados países emergieron por las exportaciones de materias primas, pero descuidando sus instituciones.

Con una China menos hambrienta de materiales crudos, sus debilidades podrían quedar expuestas como quedó la Argentina. El populismo acecha a muchos países emergentes: las constituciones están bajo presión. Demasiado dependiente del petróleo y del gas, gobernada por cleptómanos equipados con un peligroso y alto amor propio, Rusia llena muchos casilleros.

Pero incluso Brasil ha coqueteado con el nacionalismo económico, mientras que, en Turquía, el autocrático Recep Tayyip Erdogan está combinando Evita con Islam. En muchas partes del Asia emergente, incluyendo a China e India, el capitalismo "compinche" está a la orden del día.

La inequidad está alimentando la misma ira que produjeron los Perón.

La lección de la parábola de la Argentina es que los buenos gobiernos importan. Tal vez fue aprendido. Pero lo más probable es que dentro de 100 años el mundo vea otra Argentina -un país del futuro que quedó atrapado en el pasado.



 

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La Nación. Por Aurelio Tomás

Una nueva publicación internacional pone el foco en la situación argentina : el semanario inglés The Economist dedicó la tapa de su última edición a las lecciones de "un siglo de decadencia" argentina y definió a la presidenta Cristina Kirchner como "la última en una sucesión de populistas económicamente iletrados". También dedica parte de su informe central a la situación actual del país, con pronósticos poco halagüeños.

La publicación será distribuida hoy a más de 1,5 millones de lectores que tiene la revista, entre quienes se encuentran algunas de las personas más influyentes de los negocios y la política internacionales. Los artículos llegan en momentos en que el país busca nuevas inversiones internacionales y cerrar los frentes abiertos con Repsol y el Club de París para volver a insertarse en los mercados financieros mundiales.

El texto central ahonda en las razones que intentan explicar cómo un país que contaba, en 1914, con un ingreso per cápita equivalente al "96% del ingreso de los 16 países más ricos" del planeta, se convirtió en uno que pierde en la comparación con los países vecinos. Afirma que los habitantes de Chile y Uruguay "son hoy más ricos" y "los niños de esos dos países -y también los de Brasil y México- obtienen mejores resultados en las pruebas educativas internacionales".

Para explicar la declinación, esta publicación inglesa indica que "tuvo mala suerte". Pero, afirma, la mala fortuna no es la única culpable: "La decadencia argentina ha sido en gran medida autoinfligida".

The Economist indica también que "nunca intentó agregar valor a sus alimentos" (a modo de ejemplo, critica el asado, al decir que "su cocina aún consiste en quemar la mejor carne del mundo") y acusa a Juan Domingo Perón de haber "protegido industrias ineficientes". En referencia a la gestión actual, apunta: "El proteccionismo de la Argentina ha socavado el Mercosur". Destaca además falencias institucionales como los golpes militares, la falta de respeto a la Corte Suprema y la imposibilidad de consensuar políticas de Estado.

MESSI EN LA PORTADA

Pese al duro diagnóstico, el semanario aclara que aún hay razones para "amar a la Argentina", como el "mejor futbolista del mundo, Lionel Messi". El número 10 de la selección, de espaldas, es la imagen elegida para ilustrar la tapa.

Antes de profundizar en las razones de la decadencia, advierte The Economist, "Argentina debe salir del caos" actual. Sobre las últimas medidas económicas dice que "se han subido las tasas", para contener la baja de las reservas, pero "la tasa sigue siendo negativa en términos reales". Además, explica que "la negociación salarial pondrá a prueba cuán serio es el Gobierno en el control del gasto público".

Sobre el final, dice que la Presidenta "se esforzará para llegar a la elección de 2015, que, muchos esperan, puede ser un punto de inflexión". Sin embargo, advierte: "La idea de un partido que paga los costos de sus malas políticas parece no aplicarse", porque el "peronismo es un concepto político flexible" que pasa "del liberalismo de Menem en los noventa" a "las políticas redistributivas de los Kirchner".

Para The Economist, el "cortoplacismo distingue a la Argentina del resto de países de América latina que también sufrieron quiebres institucionales", como Chile y México. "Se necesitará un político fuera de lo común para que modifique sus instituciones, especialmente si un nuevo viento de cola de commodities reduce las presiones por el cambio", concluye, en referencia al potencial que encierra el yacimiento de Vaca Muerta.

UN SEMANARIO INFLUYENTE

The EconomistInfluenciaCuando las publicaciones impresas desaparecen, este semanario crece. Tiene más de 1,5 millones de lectores, 100.000 subscriptores digitales y 4,5 millones de seguidores en Twitter. Más importante aún, se trata de una lectura casi obligada entre políticos y hombres de negocios de todo el mundo


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