La acción de YPF se venía revalorizando con fuerza tras el anuncio de un posible acuerdo indemnizatorio con Repsol y los datos de recuperación productiva consistentes con mayores niveles de inversión. El anuncio devaluatorio del Gobierno el viernes pasado derrumbó la cotización que cayó un 21%. Los inversores temen que el contexto económico se lleve puesta la autonomía de gestión de la empresa, y sus precios y sus costos pasen a depender de la discrecionalidad política.
Cuando se llevó adelante la gesta expropiatoria del 51% de la acciones de Repsol, hubo reclamos de que la nueva YPF dejara de cotizar en las bolsas internacionales. Con buen criterio, la Presidente al principio, y más tarde la conducción de Miguel Galuccio, optaron por mantener operativo ese termómetro externo que permite monitorear la salud corporativa y exige reportes patrimoniales y financieros periódicos ajustados a la normativa de la Comisión de Valores de Estados Unidos. La cotización de YPF en la bolsa neoyorkina es un instrumento de acceso al mercado de capitales y al financiamiento internacional hoy condicionado por los problemas del país, pero en el mientras tanto también es un medio disuasivo de interferencia política en gestiones que deben regirse por objetivos técnicos (desarrollar, explotar y reponer reservas de petróleo y gas con énfasis en la geología argentina). Cuando los tenedores de acciones de YPF advierten que la gestión técnica puede ser sustituida por una gestión subordinada a precios y objetivos políticos, se deshacen de los títulos y la cotización se desploma.
Hasta ahora la conducción de YPF venía dando muestras de acompañar las devaluaciones periódicas del dólar oficial con recomposiciones equivalentes en el precio de los combustibles. En el seguimiento que hacemos de los precios de la nafta y el gasoil respecto a las referencias internacionales, tomando en cuenta el dólar oficial, el precio de los combustibles en la Argentina estaba un poco por debajo de las paridades de importación. Ese ajuste permitió a YPF, la empresa más expuesta en el mercado comercial (más de 50% de market share en naftas y gasoil), mejorar su resultado operativo, y contar con más recursos propios para su plan de inversiones. El último ajuste de alrededor del 10% en el precio de los combustibles fue para compensar las devaluaciones acumuladas en diciembre. El problema es que ahora ha habido un salto devaluatorio. Desde diciembre a la fecha el peso se devaluó un 32%, y si los combustibles tienen que seguir esa trayectoria habría que aguardar ajustes de alrededor del 20%. Allí van a venir los planteos políticos: primero de los que quieren combatir la inflación por sus síntomas (si suben los combustibles, suben otros precios y se espiraliza todo). Segundo de los que creen que los costos en pesos del petróleo y los combustibles producidos localmente no tienen por qué regirse por referencias internacionales. A los primeros hay que hacerles entender que la inflación tiene su causa en los desequilibrios macroeconómicos que el Gobierno se niega a tratar. Mientras no lo haga, aunque tenga precios cautivos, le será imposible articular una estabilización seria. Deben comprender que el Rodrigazo en cámara lenta tomó dinámica propia. A los segundos hay que explicarles que no somos Venezuela ni Arabia Saudita. Los precios internacionales de la energía ya se nos metieron por la ventana vía importaciones de gas natural, combustibles líquidos, y ahora petróleo liviano. Si pretendemos ignorarlos cada año vamos a importar más y los subsidios con pesos devaluados serán insostenibles para las cuentas fiscales.
Si en el intento de emparchar la coyuntura el estropicio populista torna inviable a la nueva YPF que ya nació floja de papeles, comprometeremos aún más nuestro futuro petrolero. El potencial de Vaca Muerta y otros recursos no convencionales aguarda otra política energética y una YPF fuerte, con autonomía de gestión, capaz de jugar en las ligas internacionales.