Ben Bernanke acercó a la Fed una mente brillante y bien informada. Su conocimiento de la historia de la economía le ayudó a detener un pánico aterrador. Pero también cometió errores. La historia probablemente lo juzgará con benevolencia. Pero hay mucho que aprender de su desempeño en la Fed.
Fue muy influyente, incluso antes de convertirse en presidente, en 2006. Como gobernador a partir de 2002, hizo contribuciones notables, incluyendo su intervención ese año para Cerciorarse de que la deflación al estilo japonés no sucediese en EE.UU., y su celebración de la Gran Moderación de 2004. Antes de esto, sobre todo en un documento de 1999 en coautoría con Mark Gertler de la Universidad de Nueva York, había argumentado que el mejor marco de política para alcanzar la estabilidad financiera y de precios es un régimen flexible para moderar la inflación. Éste es el dogma central de la banca central moderna.
En su discurso de despedida de este mes, Bernanke comenzó con el tema de la transparencia y responsabilidad señalando el hecho de que, en enero de 2012, el Comité Federal de Mercado Abierto estableció, por primera vez, un objetivo explícito de más largo plazo para la inflación del 2%. Agregó que la transparencia y la rendición de cuentas de la Fed demostraron ser esenciales en un ámbito muy diferente es decir, en el apoyo a la legitimidad democrática de la institución. Sin duda tuvo razón. Los bancos centrales ejercen un gran poder. La transparencia y la rendición de cuentas son vitales si su ejercicio ha de ser a la vez eficaz y legítimo.
Otra área en la que Bernanke se centró fue la estabilidad financiera. Ahí, en el período previo a la crisis, cometió dos errores. En primer lugar, en su elogio en el 2004 a la Gran Moderación, el pomposo nombre que se le dio al desempeño de la economía de EE.UU. Antes la mayor crisis financiera y económica en 80 años, Bernanke afirmó que una mejor política monetaria pudo haber sido un factor importante para el aumento de la estabilidad económica. Al expresarse así, exhibió las limitaciones de su profesión. Como Hyman Minsky, un ignorado economista, intentó decirnos, la estabilidad desestabiliza. Un sistema financiero activo y emprendedor crea un riesgo, a menudo elevando drásticamente el apalancamiento en los buenos tiempos.
En segundo lugar, no se dio cuenta de las implicaciones de las hipotecas subprime (de alto riesgo). Por ende, en mayo de 2007, comentó que creemos que el efecto de los problemas del sector subprime en el área de viviendas probablemente sea limitado, y no esperamos consecuencias significativas para el resto de la economía o para el sistema financiero.
Afortunadamente, cuando se hizo evidente que este juicio había sido un error grave, la Fed de Bernanke actuó con decisión y eficacia, bajando las tasas de interés y manteniendo el crédito. Mientras Bernanke, el luchador en contra del pánico, siguió la recomendación del gran periodista económico de la era victoriana, Walter Bagehot, que pidió que los bancos centrales otorgaran préstamos sin restricciones a instituciones solventes en tiempos de crisis. Éste es un mundo de manías y pánicos. Felizmente, Bernanke lo sabía.
Después de haber impedido la convulsión de los mercados financieros, la Fed se centró en la moribunda economía. La Fed se volvió hacia dos herramientas alternativas: la predicción positiva con respecto a la trayectoria probable de la tasa de los fondos federales, y la compra a gran escala de valores a largo plazo para la cartera de la Fed.
Tales acciones fueron ampliamente criticadas por el riesgo a una hiperinflación o a frustrar una deseable liquidación de los excesos previos a la crisis. Esos argumentos no tenían sentido.
La Fed logró hacerle frente a la crisis y sus consecuencias en circunstancias tensas. Por eso, Bernanke se merece un gran crédito. ¿En qué estado, sin embargo, deja Bernanke las finanzas y la política monetaria? La respuesta es: en una gran incertidumbre.