Por Julio Villalonga (@villalongaj) * El Gobierno de Cristina Kirchner sigue padeciendo una alarmante falta de iniciativa política. A la ausencia de gestión, que según algunos diagnósticos en la cúpula sería la clave de la debacle electoral reciente, la Presidente creyó resolverla con la designación de tecnócratas. Allí están Axel Kicillof y Jorge Capitanich, en ese orden, aunque las jerarquías formales indiquen otra prelación
Está claro que la inflación y la caída de reservas, dos hechos vinculados, son cuestiones económicas, pero está más claro aun que casi nada de lo que el Gobierno hace es recibido como beneficioso por la sociedad. Y este es un hecho eminentemente político.
Para esto la Administración Kirchner no ha tenido una respuesta satisfactoria. De nada sirve llorar sobre la leche derramada: los cortes de luz, aunque notoriamente menos generalizados que en el pasado, encuentran a los sectores medios absolutamente desencantados del manejo de la cosa pública que ha venido haciendo el kirchnerismo.
Paralelamente, el desmanejo de la política de subsidios y la corrupción inherente han parido un estado de cosas que resulta inmanejable. El ministro de Planificación Julio de Vido, artífice principal de esta situación, no es sin embargo el responsable último. Lo fue primero Néstor Kirchner, que lo ungió en ese lugar y con ese poder omnímodo, y lo fue luego Cristina Kirchner, que lo mantuvo porque le pareció que despedirlo y destrabar todo el sistema de complicidades y alianzas que había construido podía traerle más problemas que acercarle soluciones. Aquella fue una decisión política de la que, a la Presidente, no le alcanzará el futuro para arrepentirse.
En la urdimbre política, económica y empresarial que edificó De Vido, primero con el padrinazgo de Néstor y más tarde en orfandad, mucho tuvieron que ver los nombres que el ministro tiró al aire esta semana y que, salvo para los informados, no tienen ningún significado. Nicolás Caputo, Eduardo Escasany y Carlos Miguens, accionistas locales pero minoritarios de Edesur, deben “hacerse cargo” de la empresa, dijo el funcionario, en otros tiempos un virtual superministro. Ahora bien, ¿por qué lo harían? ¿Pueden? ¿Quieren?
Los cuatro son viejos conocidos. De Vido instó a Miguens y a Escasany a ingresar al negocio de la energía con una baja barrera de entrada y promesas de excelentes negocios. Si el negocio fue bueno se sabrá en unos pocos años, y a eso apostaron los empresarios “devidistas”, a la salida, pero también querían sacar rédito “durante”, que no es cuestión. Esto está en duda. Parece que las cosas no fueron tal como De Vido prometió. Lo cierto es que ahora el facilitador les reclama, como advirtiéndoles, que deben quedarse con la “papa caliente”, Edesur.
Un reclamo de los empresarios del sector, incluido el “cristinista” Gerardo Ferreyra, de Electroingeniería, era por el retraso de las tarifas. ¿Cómo se reparaba este “daño colateral” del sistema armado por De Vido? Con subsidios sin control. Y con obra pública sin control. Hugo Moyano, Ricardo Jaime, Daniel Cameron, Abel Fatala son algunos de los que medraron con este sistema en los dos lados del mostrador. La lista es mucho más larga, por supuesto, y en la tercera vereda estaban los “empresarios nacionales”, los que casi siempre salen bien parados. Hace dos décadas se llamaban Soldati o Pérez Companc.
El Gobierno suele “pagar” deudas con nuevos negocios. Cuando se producen cuellos de botella, apela a un “roll over”. ¿Se está preparando el próximo con Edesur? Es muy problable. Lo que ha trabado una decisión al respecto hasta ahora, y le está provocando un enorme costo político al Gobierno de Cristina, es que los “amigos” no se quieren hacer cargo de este “muerto” sin un importante aumento de tarifas. “Los números no le dan a los italianos, tampoco nos van a dar a nosotros”, sería la frase de cabecera de Miguens.
Poco más de un mes atrás, casi sin difusión, tuvo lugar el avance de Caputo, Miguens y Escasany en Edesur. Pagaron apenas 35 millones de dólares por un porcentaje minoritario de la empresa, que sigue siendo controlada por un consorcio italiano que hace meses busca una salida decorosa, no a los empujones. Aunque no son un bloque homogéneo, hace sentido que un constructor de obra pública como Caputo se asocie a dos expertos en finanzas metidos a empresarios de la energía. Si además integran verticalmente el negocio, con presencia en la generación y la distribución, es posible reducir que incluso logren reducir costos. Podría decirse que el de Edesur sería un negocio "redondo", aunque más preciso será señalar que lo es porque, como sucede históricamente en la Argentina con las empresas públicas, se va y vuelve, cíclicamente, cuando le conviene a los mismos de siempre. Jamás a los usuarios y menos aún a los intereses del país (perdón por la boutade).
Los primeros días del año que comienza serán el escenario de la maduración de estas discusiones. No hay mal que por bien no venga, aseguran en el campo. La sobreactuada crisis de los cortes, que según TN, Clarín y La Nación afectaron a “cientos de miles” de usuarios en la Ciudad y el Conurbano, podría obligar a dar a luz a un nuevo grupo empresario energético. Pero con mayores tarifas difícilmente alcance. Hará falta que el Estado invierta fuertemente en Edesur. Y aquí se dispara la pregunta que alguno se hace muy cerca de Cristina: ¿Si la plata la vamos a poner nosotros, por qué le vamos a dar (la empresa) a los privados? Es una muy buena pregunta. La respuesta está a la vuelta de la esquina.
* Director de Gaceta Mercantil.