Los cortes de luz "focalizados" que afectan desde hace más de 15 días a decenas de barrios de la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano Bonaerense tienen que marcar un punto de quiebre en la relación del gobierno con las distribuidoras de energía y delinear un nuevo horizonte. Mientras los funcionarios de las compañías, particularmente de Edesur, juegan al teléfono descompuesto y se niegan a atender las requisitorias, cientos de miles de usuarios mastican a oscuras su bronca y malestar hundidos por la ola de calor con temperaturas de 35º y con heladeras repletas de productos envasados calientes o frescos putrefactos o en vías de descomposición.
En este contexto, el ministro de Planificación, Julio De Vido reconoció que las distribuidoras no han estado a la altura del crecimiento del resto de las energéticas argentinas y les exigió a los accionistas que pongan lo que tienen que poner: presencia y soluciones (ver aparte).
La crisis de distribución energética lleva varios años y tiene semejanzas y concomitancias con lo que ocurrió con el control de YPF en manos de la española Repsol y también de alguna manera con lo que acontece en la actualidad con las compañías de telefonía celular o el transporte de cargas. En el caso de Repsol, el proceso de vaciamiento y pérdida de reservas fue paulatino, progresivo y continuo.
De acuerdo al informe Mosconi, las reservas probadas certificadas de petróleo y gas pasaron de 3171 millones de m3 en 2001 a 997,6 millones de m3 en 2011. La producción gasífera entre 2004 y 2011 cayó el 35% y las de petróleo se derrumbaron un 50% en el período 2001-2011, período en el que la firma estuvo controlada por Repsol.
En el mismo lapso, Repsol transfirió beneficios de la Argentina a su casa matriz por casi U$S 14 mil millones. El proceso de vaciamiento de YPF por parte de la petrolera española tuvo un costo altísimo para el país y resultó uno de los detonantes que transformó a la Argentina que pasó del abastecimiento de energía a ser un importador neto con un costo elevado en términos económicos y financieros.
A partir de 2010 se empieza a verificar un aumento notorio de las importaciones de combustibles que si bien se corresponde con un incremento de la demanda interna, producto del proceso de crecimiento de la economía, también coincide con una abrupta caída de de la producción interna. Destruir y vaciar es sencillo pero comenzar de nuevo lleva mucho más tiempo. Pese a los enormes esfuerzos de la nueva YPF, el incremento de las importaciones energéticas se acentuó en 2012 y se estima que podría alcanzar un récord histórico de U$S 13 mil millones en 2013.
Sin embargo, hoy el problema de los cortes de energía no está asociado a la generación de energía sino a la distribución. En el medio del fuerte lobby, que en la jerga se conoce como "corregir" los valores tarifarios, que no es ni más ni menos, que llevar adelante un tarifazo que les asegure niveles de rentabilidad más altos, se olvida decir que el Estado nacional ha incrementado los subsidios al sector de la distribución que las empresas han recibido por parte de Cammesa.
El sistema eléctrico hogareño, sin embargo, sigue en terapia intensiva. Buena parte de ese dinero a modo de subsidios va a parar a manos de las distribuidoras. Sin embargo, en estos años los cortes de luz han ido in crescendo, algunos incluso se arriesgan a decir que se sextuplicaron durante el último quinquenio.
Cammesa, una empresa mixta en la que participan todos los actores de la cadena, subvenciona buena parte de la energía que distribuyen los privados. Edenor pagaba en 2012 $ 83,98 por megawatt por hora (MWh) contra los $ 320,77 que debería abonar si no estuviese subsidiada. Lo mismo ocurre con Ededur y Edelap. El resto lo cubre el Tesoro con fondos propios a través de Cammesa.
Pese a ello las distribuidoras se quejan, presionan a través de medios y periodistas amigos por un aumento tarifario y no realizan prácticamente ningún tipo de inversiones en el mantenimiento, aunque obtuvieron ingentes ganancias por $ 1916 millones en los primeros nueve meses del año (ver nota página 10).
Más allá de la pelea que el gobierno mantiene con las compañías distribuidoras, el debate de fondo es el mismo que se planteó cuando se decidió recuperar YPF o cuando se optó por reestatizar los fondos jubilatorios que se habían apropiado las AFJP. ¿Puede la Argentina saltar de un crecimiento de la economía como el que ha tenido en los últimos diez años hacia un proceso de desarrollo si no avanza decididamente en áreas clave de la infraestructura como la energía, las comunicaciones, la logística y las telecomunicaciones? ¿En qué medida es factible crear un verdadero modelo de integración socioeconómico inclusivo si el Estado tiene dificultades para fijar reglas de juego consensuadas con las multinacionales que responden a sus casas matrices y se desentienden del proyecto de país que les permite obtener dichas ganancias?
Queda claro que durante los primeros años el kirchnerismo debió llevar adelante un plan de reconstrucción de un país que, como dijo acertadamente el ex presidente Néstor Kirchner, estaba en llamas. En su condición de protagonista de esa etapa, Guillermo Moreno, en su última entrevista con este diario como secretario de Comercio Interior, explicó con claridad como fue el proceso que le permitió al kirchnerismo superar esta instancia y poner al país en la pista. "Néstor Kirchner leyó muy bien las condiciones objetivas para que el proyecto nacional y popular pudiera avanzar así como (Carlos) Menem objetivó el mundo unipolar, la caída del Muro de Berlín”, comentó Moreno. Días después presentó su renuncia. Sin embargo, ahora la Argentina tiene un desafío mayor. Romper con las viejas estructuras que se enquistaron como medusas durante los últimos 50 años en los cimientos mismos del país y que explican en el fondo algunos males que aquejan hoy a la sociedad; la desigual distribución social y geográfica del ingreso, la pobreza e indigencia estructural, la inflación sistémica, las dificultades de competitividad de las economías regionales, la oligopolización de productos e insumos básicos pero también la uniformidad del mensaje cultural y comunicacional. El kirchnerismo debe renovar sus pergaminos y demostrar que cuenta con las condiciones, los hombres y la capacidad suficiente de cambiar a tiempo y de encarar los desafíos que tiene por delante para avanzar en este sentido, tomando las decisiones que deba tomar.
Cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se animó a colocar como ministro de Economía a Axel Kicillof y le dio el poder suficiente al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, para acompañarla en esta nueva instancia también mostró sus dotes de Jefa de Estado. No lo dudó. Fue capaz de interpretar el cambio y de tomar las medidas necesarias para profundizarlo.