En medio de la ola de cortes de luz y de calor que tiene a miles de personas de Capital y GBA con muy mal humor, las puertas y ventanas de las oficinas del Ministerio de Planificación Federal lucían cerradas por el asueto administrativo que dio el Gobierno. No obstante, desde la oficina de prensa del ministro Julio De Vido se emitió un comunicado en el que se expresa: “Cabe destacar que el sistema (de interconexión eléctrica) opera con normalidad y cuenta con reservas adicionales”.
En medio de la ola de cortes de luz y de calor que tiene a miles de personas de Capital y GBA con muy mal humor, las puertas y ventanas de las oficinas del Ministerio de Planificación Federal lucían cerradas por el asueto administrativo que dio el Gobierno. No obstante, desde la oficina de prensa del ministro Julio De Vido se emitió un comunicado en el que se expresa: “Cabe destacar que el sistema (de interconexión eléctrica) opera con normalidad y cuenta con reservas adicionales”.
El insólito diagnóstico oficial se conoció por la tarde, mientras los cortes de calle en protesta por la falta de suministro se reproducían en varias esquinas porteñas. Vecinos que hace ya casi dos semanas que no obtienen respuesta para volver a tener luz y agua, algo frío que tomar o evitar el ejercicio obligado que implican las escaleras.
Minutos antes del comunicado, De Vido hizo declaraciones en el canal de noticias C5N. Allí recordó que el “call center (del ministerio) siempre se obtiene una respuesta y, si no son atendidos inicialmente, a los 15 minutos se los está llamando para detectar el problema y trabajar en su reparación”.
En la misma entrevista agregó: “Yo le pido a la gente que confíe en nosotros y nos llame”, afirmó. Y se comprometió a “resarcir económicamente los daños provocados por los cortes de energía una vez que concluya esta contingencia”.
Desde la oposición, la vicejefa del gobierno porteño, María Eugenia Vidal, advirtió que “la magnitud del problema requiere una respuesta más estructural tanto desde las empresas eléctricas como desde el gobierno nacional”.
“¡No hay cortes de luz!” bramó el funcionario y cortó el teléfono destemplado. El esfuerzo del funcionario no daba abasto en su intento de que nadie en el Gobierno nacional y en las empresas del sector, reconociera una situación innegable y que era –afortunadamente– mostrada por los medios. Pero en su afán de negar la realidad, Roberto Baratta –subsecretario de Coordinación y Control de Gestión del Ministerio de Planificación– fatigaba su teléfono con una orden propia de un funcionario desenfocado. Raro en alguien que tiene personal destacado en las distribuidoras y que conoce el día a día del sector: ¿Podía desconocer el Ministerio de Planificación que todo se iba a desmadrar con más de 32 grados?
Pero la maldita “palanca” se accionó y hoy se cumplen 13 días de cortes de energía eléctrica. Y los funcionarios responsables siguen en un estado de desidia tal que genera frases como una escuchada en la mañana de ayer: “Si pasamos hoy, ya estamos”.
Una semana atrás, Jorge Milton Capitanich convocó a las distribuidoras y advirtió sobre sanciones; luego se presentó en conferencia de prensa y –escoltado por Baratta– sobreactuó el enojo al decir que el Estado podría tomar las riendas de las compañías. Después, llamativamente no hubo nuevas reuniones. Todo parece estar enfocado en que empiece el éxodo de fin de año y el consumo afloje.
Algunos funcionarios reaccionaron y mostraron la preocupación con el impacto de esta crisis en la imagen pública: prueba de eso es el diálogo de Diego Bossio con José Manuel De la Sota, para resolver el litigio con esa provincia mediterránea luego del reclamo de las fuerzas policiales.
La ausencia de la Presidenta en el día a día podría ser entonces la que genera que Carlos Kunkel hable de una posible “Cristina Senadora” o que Martín Insaurralde salga –también en Navidad– a hablar de una candidatura a gobernador bonaerense.
Por el lado de la oposición, Sergio Tomás Massa quiso mostrarse activo y en gestión; por eso, atornilló a sus colaboradores e intendentes, quienes debieron viajar en el Día de Navidad hasta la Torre de las Naciones de Tigre y pasarse allí la tarde. “El problema es la inflación y la energía. Los problemas de cartel entre los políticos aumenta la frustración de la gente”, dijo Massa ante los jefes comunales que se quedaron sin Navidad en familia.
Cristina volvería a la Ciudad de Buenos Aires recién el 7 de enero. Haciéndole caso a sus médicos y cerca de su hijo Máximo, se aguarda alguna señal de la Presidenta, quien hasta abandonó el hábito tuitero: su último post en la red social Twitter es del 13 de diciembre y con una defensa a su secretario de Seguridad, Sergio Alejandro Berni. Sólo rompió el silencio para negar su posible competencia en 2015; lo hizo ante la agencia oficial Télam, donde obvió cualquier asunto cotidiano.
Se corta la luz, una hora, dos horas, un día entero. Llamamos a la compañía eléctrica. Hablamos con un contestador automático, hacemos el reclamo. Nos acomodamos. Pasa un día más. La luz no vuelve. Falta también el agua. Reclamamos otra vez al contestador automático. Se nos pudre la comida en la heladera, tiramos los remedios que necesitan frío. Bajamos al señor mayor del sexto piso a la planta baja, un vecino le da asilo. Mandamos a los chicos a la casa de la abuela. Nos bañamos en lo de un amigo. Nos acomodamos. Se vienen las Fiestas, ¿tendremos luz? Cargamos los celulares en el auto por si la suerte nos acompaña y los teléfonos celulares nos permiten comunicarnos. Subimos y bajamos por la escalera. Nos acomodamos. En el noticiero, una señora de 92 años dice que el día lo lleva más o menos bien pero la noche no, que la noche a oscuras le trae las imágenes de la guerra. Cierra los ojos como para espantar el recuerdo. Y sigue con su relato. Dice que vinieron hace unos días dos técnicos a ver qué pasaba, “pero no volvieron, y eso que yo me porté bien con ellos”. Eso dice la señora de 92 años, que ella se portó bien. Como si su comportamiento pudiera tener alguna responsabilidad sobre lo que ocurre.
Pasa la Nochebuena y la luz no vuelve. Nos aterra el Año Nuevo a oscuras. Pero falta, todavía falta. La luz va a volver antes de Fin de Año, decimos aunque no estamos seguros. Un tío nos invita el 31 a su casa, asegura que ahí la luz se corta menos “y si se corta viene más o menos rápido”. Es una lotería, pero creemos en la ley de las probabilidades y aceptamos la invitación del tío. Nos acomodamos. Aunque le advertimos que helado no llevamos, que del helado se ocupe alguno que tenga heladera. Mejor pan dulce. Y el calor que no afloja; porque ahora lo que mata no es más la humedad, es el calor.
Pero algún día la luz volverá. Por fin arreglarán el problema que durante días no tuvo arreglo. Tocaremos la tecla de la luz y la bombilla se encenderá, la heladera arrancará y empezará a enfriar, si giramos la canilla saldrá agua. Y entonces lloraremos de alegría, nos emocionaremos, querremos besar al operario que estuvo trabajando, a la cuadrilla entera, al señor Edenor/Edesur. Hasta al ministro De Vido querremos besar en agradecimiento. Entonces, en ese momento, igual que en el juego de la oca, retrocederemos tres casilleros, perderemos un turno, y nuestra dignidad como sociedad se degradará un poco más. Como sucede en el síndrome de Estocolmo (disturbio psicológico por el cual un secuestrado termina desarrollando un vínculo afectivo con su captor porque no le hace daño y le trae agua y alimento), nosotros creeremos que debemos estar agradecidos a quien en el sector público o privado no hizo otra cosa que cumplir con su responsabilidad o su contrato.
Acomodémonos, porque hay que pasar el mal momento como sea. Pero cuando haya luz y la alegría nos emocione hasta las lágrimas, tratemos de no olvidar que hay responsables, hay derechos y obligaciones, hay controles que deben ser cumplidos, hay daños que deben ser reparados. Y una señora de 92 años que no entiende por qué nadie la ayuda si ella se portó bien.